UNER en Movimiento

Una posible continuación


Muy hermosas palabras Prof. Saint Paul. yo tambien siento una inmensa alegría (alegremia como decimos los ecogistas!!)… muy de acuerdo sobre que este momento significa para nosotros un espacio de filiación a nuestro tiempo (en contra de quienes ven en estas épocas solo el transcurrir vacío de humanidad; la velocidad de la información y la fluidez del capital).

yo nada más quisiera expresar mi contentura al haber trabajado y pensado junto a este grupo para organizar algo que reflejó el esfuerzo que hicimos, y la importancia que para nosotros tenía. a muchos de uds tuve el honor de conocer en estas instancias, a través de esta vía y las reuniones. creo que vernos las caras es la primera instancia del reconocimietno necesario para sabernos comunidad, si es que hemos de asumir nuestra historia.

de a ratos el sentimiento de haber logrado algo que anhelamos con tanta convicción me genera la culpa de quienes tendemos a ver en la realidad solamente las contradicciones…

les envío (tarde pero seguro) otro capítulo de nuestros pensares compartidos… y a seguir sacudiéndonos! ergo bibamus! la vida hecha agua…

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Una posible continuación

Quisiera seguir pensando desde lo que Alicia llama, «la cuarta escena» política de emergencia y protagonismo del discurso reformista, como lugar donde acontece, diría yo, una pregunta movilizante sobre lo social y lo político. Un acontecimiento que nos pone en situación insoslayable de hacernos cargo de nuestro futuro como posibilidad que parece ensancharse encarnado en unos sujetos lanzados a imaginarlo.

Esta escena, se trata de la experiencia política de rechazo a los fondos destinados a las universidades, provenientes de la explotación minera metalífera «Bajo La Alumbrera». Una experiencia que no se agota en tal gesto de impugnación sino que nos pone frente a nosotros mismos para que nos veamos en el acto mismo de conocer, y ante los efectos mismos de tal acción (en términos políticos).
El involucramiento directo (la asociación) de una universidad nacional con un negocio de explotación y contaminación, y la posterior aceptación del CIN para que una parte de las ganancias se distribuya entre el resto de las universidades nacionales ha desencadenado un proceso nacional que todos quisiéramos definir, mencionar, de alguna u otra manera. Lo objetivo es que una universidad y 23 facultades de todo el país (1) han rechazado desde sus claustros y consejos el ingreso de tales fondos al presupuesto de las universidades, a la vida de las universidades.

Sesiones conflictivas de consejos, jornadas de debate entre estudiantes y docentes, asambleas en cada facultad, encuentros con los sujetos que resisten desde las asambleas cordilleranas, cortes de calles, volanteadas, notas en los medios de comunicación (desde los sujetos comprometidos con el rechazo, y desde la gestión y sus aliados), puesta en circulación de saberes nuevos, intelectuales a la cabeza de los movimientos sociales de resistencia a la expoliación… estas serían las imágenes que componen la escena…

Continua señalando Alicia que en estos momentos asistimos a un reencuentro entre la política y la pregunta por una cultura científica que participe de la imaginación y la hechura de un mundo habitable para todos (que no se agotan en esa cultura misma, advierte). Se trata, dice, de otros usos de saberes existentes y en producción, para actuar políticamente: para participar con otros de la construcción de lo que puede ser común. Dijimos luego de nuestra última reunión de consejo superior: encarar nuevas articulaciones, como formas de ponernos a la altura de ser interlocutores (críticos) de nuestro tiempo…

Me interesa que pensemos sobre estos horizontes abiertos por el cruce de los caminos de los universitarios y las asambleas ciudadanas de ambientalistas. Específicamente: ¿cómo definiríamos la función social del conocimiento científico sabiendo que no es ideológicamente neutral?, ¿de qué manera re-ubicaríamos a la luz de estos acontecimientos la relación entre la verdad científica y la política (en términos de la lucha por un mundo habitable (2))?, y ¿qué ethos re-fundaría (actualizando) el sentido (el ser) de esta universidad, permeabilizada por el acontecimiento que es a la vez crisis de una significación imaginaria y apertura de otras posibilidades…?

En relación a la función social del conocimiento –pensando desde la universidad- habría un sentido hegemónico de ciertas formas discursivas, que, como dice Camila Arbuet, son la marca de algunos tipos de argumentos conservadores que juegan políticamente no en sus formas sino en sus pretensiones determinantes. «La educación es un bien social, al servicio de una sociedad mejor a la que se llega a través de un desarrollo sustentable» expresa nuestro rector Asueta. Un claro ejemplo de aquel grupo de intelectuales que Varsavsky denomina “Reformistas”, aquellos defensores del sistema actual pero en su forma más moderna y perfeccionada, admitiendo las críticas razonables. Desarrollistas; fieles al sistema que a través del mismo reformismo está prometiendo constantemente enmendarse, descargando sus culpas sobres los Fósiles (reaccionarios), a quienes critican de la misma manera que a los totalitarios (stalinistas estereotipados).

Pero también habría la posibilidad de pensarnos de otra manera. Esto quizá no sea identificable con alguna experiencia en particular. Pero la resistencia a ese sentido hegemónico es el lugar desde donde cabría que pensemos este acontecimiento que irrumpió en la vida universitaria nacional, un acontecimiento que generó en la voz de la universidad otras palabras, palabras nuevas, aquellas que (como dice Silvia Duluc) «el orden hegemónico traduce como ruido y que expresan a veces lo que no se deja pensar en las historias que nos contamos sobre nosotros mismos».

Pensar en la función social de la ciencia es más que reconocerla dejando a merced de cada quién el sentido constitutivo de la misma: de cada ciencia, de cada grupo, de cada institución, de cada sociedad. Pensar la función social de la ciencia es politizarla. Eso implicaría para nosotros inscribir tal sentido dentro de una comunidad (como dice Camila) que sea, además, legítima, representativa, múltiple, dinámica y que comprenda que su práctica forma conocimiento. Formar conocimiento junta a los sujetos que encarnan la resistencia a la expoliación minera nos vuelve sobre una escena que encuentra nuestra mirada mirando. Las producciones inconexas, la vida cotidiana de la academia, los congresos, las ponencias, la realidad vuelta en si misma a través de nuestras palabras, sin que hayamos dejado marcas, en ella y en nosotros. La escena en que nos vemos, encontró un lugar sin experiencia. Fenómenos como la instalación de empresas altamente contaminantes prohibidas en sus países de origen (tal es el caso de las pasteras, o la producción de aluminio), la expansión obscena de la superficie monocultivada con soja y maíz, el redireccionamiento del mercado agropecuario a la agro-industria, la atención de demandas para abastecer las necesidades del mismo sistema, y no así las de los pueblos (bio-combustibles en vez de alimentos por ejemplo), el desarrollo de enfermedades como el dengue y la gripe A H1N1, las múltiples perforaciones de las napas de aguas para abastecer el riego y la fumigación de los cultivos, o los negocios de aguas termales, la demolición de espacios históricos de la ciudad, su redefinición permanente para facilitar la expansión y circulación del capital, entre tantos otros, son hechos sociales que nos atravesaron mientras nosotros, vulnerablemente inmunes, no pronunciamos ni una sola palabra al respecto. La experiencia política que vivimos exige que pensemos aquello que interroga Derridá como la razón de ser de la universidad y el proyecto de razón en ella desarrollado. Nuestras posibilidades actuales de asumir o ser interlocutores de un tiempo; el tiempo del parpadeo que permite el pensamiento y la reflexión capaz de revivir una memoria y conservar la posibilidad de un porvenir, o de asumir la responsabilidad singular de lo que no se tiene y de lo que aún no se es, significa para nosotros pensar las tradiciones de comprensión de la ciencia. Buscar un lugar a partir del cual ir redefiniendo (nos) desde estas experiencias de universidades diversas dentro del agujereado caparazón universitario. Aquello que Schiller también acercaba con grandeza: la exigencia de conciencia de nosotros mismos, la exigencia de razón, es decir consecuencia absoluta y universalidad de conciencia como condición para la humanidad.

La reflexión sobre la politicidad de nuestras formas de producir conocimiento, es ante todo la preocupación por la experiencia de sensibilidad respecto de aquellos lugares desde donde nos deshumanizamos. Varsavsky tenía esto muy en claro. Cuando habla de que algo «sea científico», no se refiere a que esté aprobado por un jurado, publicado en algún journal, o escrito en códigos indescifrables para la gran mayoría. Lo científico es para él (además del estudio serio y comprometido con el análisis del presente y la proyección de un futuro que no es más que la preocupación por la toma del poder y la instalación de una nueva sociedad) la capacidad de la toma de decisiones indicadas para la radical transformación social. Sus palabras son elocuentes y tienen la potencialidad de decirnos algo sobre nuestro presente. Un presente en el cual la práctica científica parece permitirnos abordar algo de las nuevas configuraciones mundiales del capital (como advierten quienes ponen sus cuerpos para la lucha) centradas en relación a algunos pocos recursos naturales que quedan por explotar, y que están en y debajo de nuestros territorios, de nuestros pueblos y ciudades.

La re-actualización de una de las conquistas de la reforma, la autonomía universitaria, redefinida de este modo en el interior de una lucha con la que se enlaza y que tendría como uno de sus objetivos principales e iniciales la búsqueda de canales o herramientas de incidencia para lograr la prohibición de la mega minería.

Dice Varsavsky:

«hay científicos cuya sensibilidad política los lleva a rechazar el sistema social reinante en nuestro país y en toda Latinoamérica.

Lo consideran irracional, suicida e injusto de forma y fondo; no creen que simples reformas o ‘desarrollo’ puedan curar sus males, sino sólo disimular sus síntomas más visibles. No aceptan sus normas y valores –copiados servilmente, para colmo, de modelos extranjeros; no aceptan el papel que el sistema les asigna, de ciegos proveedores de instrumentos para uso de cualquiera que pueda pagarlos, y hasta sospechan de la pureza y neutralidad y apoliticismo de las élites científicas internacionales al imponer temas, métodos y criterios de evaluación.

A estos científicos rebeldes o revolucionarios se les presenta un dilema clásico: seguir funcionando como engranajes del sistema –dando clases y haciendo investigación ortodoxa o abandonar su oficio y dedicarse a preparar el cambio del sistema social como cualquier militante político. El compromiso usual ante esta alternativa extrema es dedicar parte de tiempo a cada actividad, con la consiguiente inoperancia en ambas.

Este dilema tiene un cuarto cuerno, mencionado muchas veces pero a nivel de slogan: usar la ciencia para ayudar al cambio del sistema, tanto en la etapa de lucha por el poder como en la de implementación –y definición concreta previa del que lo va a sustituir.

La misión del científico rebelde es estudiar con toda seriedad y usando todas las armas de la ciencia, los problemas del cambio de sistema social, en todas las etapas y en todos sus aspectos, teóricos y práctico. Esto es hacer ciencia politizada

El segundo aspecto que me interesaba pensar es el de la relación entre la verdad científica y la política. Que en cierto sentido tiene que ver con la preocupación por las relaciones entre el saber y el poder, en el interior de unas prácticas discursivas que actúan más en calidad de ofuscadoras de la verdad (o de su búsqueda como dice Silvia Duluc), que honrando su producción y desocultamiento. Se trata de la verdad que interroga nuestra relación con el mundo, el sentido de los procesos sociales desde los que pensamos (aunque ni siquiera nos distanciemos para reflexionar sobre las direcciones de la experiencia histórica). Una verdad no medible y de la cual poco pueden decir los datos. La crítica de Varsavsky viene del campo de las ciencias exactas, el piensa en un uso social del conocimiento matemático al servicio de la transformación social. Hay, en ese distanciamiento necesario, algo de polémica si pensamos sobre el carácter que Varsavsky otorga a la verdad científica «la de explicitar sus pretensiones al servicio del estado mayor de la revolución». Lo que habría es la politización de la práctica del conocer, donde las verdades científicas responden a los proyectos políticos encarnados por los científicos rebeldes.

Mas allá de esta noción, y también para revisar sus condiciones, desde las preguntas de este (nuestro) tiempo, acudimos hoy en día en la universidad a una redefinición de la verdad sobre el mundo que pone en jaque nuestra verdad científica, en el mejor de los casos, descarriada. La escucha de los saberes de los ciudadanos asambleístas, la ocasión para revisar nuestra propia voz, nos recuerda algo de lo que dice Gadamer sobre que el problema de la verdad excede la relación con el conocimiento propio de la ciencia (es decir con el método) y tiene que ver con el modo en que interpretamos y vivimos el mundo. Nuestra vida universitaria tuvo que esperar a que las ganancias de una empresa contaminante y saqueadora de los bienes naturales del país formaran parte del presupuesto, para asomarse al problema del modo de producción en que se sustenta la vida económica y socio ambiental del país, y para que pudiéramos decir con la fuerza de la voz común, que tal vida no es la que queremos. Y nuestras imágenes de nosotros mismos estallaron (como dice Camila), al ponernos en diálogo con una voz que interpeló un discurso que no podía sostener ¿Cómo es que pensaba lo que pensaba? ¿Qué efectos tenía el pensar en determinadas verdades? (sabíamos que la minería contaminaba a la hora de ratificar la aceptación de los fondos) y ¿Quiénes éramos mientras íbamos pensando tales cosas? (la lectura foucaultiana de Kant). La verdad factual (tal como denomina Arendt a las verdad de los hechos) es por naturaleza política. Ya que se refiere a acontecimientos en los que hay muchos implicados, y solo existe cuando se habla de ella (3).

Arendt advierte que si bien la puesta en la escena de la verdad no cuesta, en la actualidad, la vida de nadie (como la de Sócrates, por ejemplo. También podríamos recordar a G. Brunno), la posibilidad de confirmar en la política la verdad, se da más para la verdad de razón que para la factual. Ya que la veracidad jamás se encontró entre las virtudes políticas. Pero dice algo muy interesante «cuando todos mienten acerca de todo lo importante, el hombre veraz, lo sepa o no lo sepa, ha empezado a actuar. También él se compromete en los asuntos políticos porque, en el caso poco probable de que sobreviva, habrá dado un paso hacia la tarea de cambiar el mundo«.

Quiere decir que la verdad, aunque impotente y siempre derrotada en un choque frontal con los poderes establecidos, tiene una fuerza propia: hagan lo que hagan, los que ejercen el poder son incapaces de descubrir o inventar un sustituto adecuado para ella. Dice Silvia D. hablando de la verdad «su modo de presentarse, desde la inmediatez con que relampaguea, anuncia o promete que en cada acto de postergación por negación marcará el hueco; su ausencia será contundente aunque sean muy suaves y convincentes los modos de sustitución. Aunque se aloje en el espesor de otra temporalidad lógica. Porque no es negable ni erradicable«. Y el lugar de la academia allí es paradójico, como también recuerda Derridá; ya que dependen estas de la buena voluntad del gobierno, se trata de instituciones públicas, con cierto grado de autonomía, en tanto que están instauradas y sostenidas por los poderes establecidos. La academia es el lugar donde acontece cierto resguardo de la verdad, respecto del «juego político» de intereses y pugnas por el poder. La universidad en tanto «dice» lo que acontece, narra algo, y en esa narración los hechos particulares pierden su carácter de contingentes y adquieren cierto significado humanamente captable. La función política del narrador es la de volver aceptable la realidad como es, y por lo tanto de posibilitar un juicio. Tal es la función política de la verdad. Pero para Arendt tal lugar, el lugar del narrador, debe ser libre de intereses, con cierta imparcialidad. A la búsqueda desinteresada por la verdad, podríamos querellar con la búsqueda explícitamente orientada de la verdad hacia la figuración de una transformación social en términos de Varsavsky o de un porvenir más justo, igualitario y feliz al decir de Alicia. Si bien tal problema amerita una discusión en torno a la objetividad de la ciencia, he de decir, siguiendo a Arendt, que la grandeza de la política entendida más allá de los intereses del poder, desde la alegría y la gratificación que nacen del estar entre iguales, de estar en conjunto y aparecer en público, de insertarnos en el mundo de la palabra y obra, para adquirir y sustentar nuestra identidad personal y para empezar algo nuevo por completo, esta grandeza está limitada por las cosas que los hombres (por suerte agregaría yo) no pueden cambiar a su voluntad. Y los resultados de diversos informes de impacto ambiental, de documentos para el debate, de textos puestos en circulación por distintos intelectuales, documentales, etc, en relación a la explotación minera, y a los hechos de contaminación, son el emerger polémico de la verdad que se nos impone, así busquemos contrarrestarla reaccionariamente, falazmente, desde el lugar del saber. La evidencia también es clara en relación a este carácter de insustituible de la verdad (se puede destruir pero no reemplazar): no hubieron argumentos políticos, racionales, públicos, entre quienes dicen representarnos para la aceptación de los fondos.

Podemos llamar verdad a lo que no podemos cambiar, pero que es el horizonte que nos resguarda el espacio donde podemos transformar los modos en que habitamos el mundo: es el espacio en el que estamos y el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas.

Por último se presenta el problema por los modos del habitar, de recorrer, de impregnar de identidad esta escena de la que hablamos. La pregunta por la ética de este momento inaugural. De este inicio para nosotros.

Las historias a las que nos hemos abierto, Andalagá, Aconquija, Tinogasta, Fiambalá, entre tantas otras, nos hacen patente un modo de actuar, una voluntad y un sentido políticos que luchan por algo que les trasciende, y la lucha es ahí por esa trascendencia: por comprender y hacer comprender que las críticas e impugnaciones de un modo de «desarrollo» forman parte del espacio común, nos atañen a todos, atañen a todos los tiempos. El problema esencial de la lucha por el derecho humano a la vida, es una acción estrictamente ligada a los principios universales. Otra política, en términos de Badiou. De manera que si tuviéramos que pensar qué ethos para refundar los lugares desde donde producimos conocimiento, haciendo política, la tarea nos llevaría primero a corrernos del lugar del profesional que «hace ciencia» desde la profesión, valga la redundancia, escindido de su propio movimiento de transformación.

«Se cumple con el deber, pero no se sufre por una verdad concebida como tal, no se soportan todos los escrúpulos que acucian al investigador, ni se actúa en función de una actitud íntima que guarde relación con la propia vida espiritual» dice genialmente W. Benjamín que piensa la experiencia misma de la ciencia como un perfeccionamiento ético de la vida. Y la universidad como espacio donde debiera acontecer la duda radical y la crítica fundamental desde donde salir a «dar la cara como defensores de una vida más digna» (creadores) (4).

Noelia Gipler

(1) Universidad Nac. de Río Cuarto (UNRC), Córdoba. Facultades: Humanidades UNS; Trabajo Social UNER; Psicología UNR; Psicología UNC; Matemática, Astronomía y Física UNC; Ingeniería UNER; Humanidades y Ciencias de la Educación UNLP; Humanidades UNAS; Humanidades UNCOMA; Humanas UNRC; Filosofía y Humanidades UNC; Educación UNLu; Derecho y Ciencias Sociales UNC; Cs. Exactas, Ingeniería y Agrimensura UNR; Ciencias Sociales UBA; Ciencias Exactas UNLP; Ciencias de la Educación UNER; Bromatología UNER; Bellas Artes UNLP y Arte UNICEN.
Por su parte 3 unidades académicas ya rechazaron los fondos: Sede Esquel UNPATA; Escuela de Cs. de la Información (Derecho y Cs. Sociales) UNC; Escuela de Biología (Cs. Exactas, Físicas y Naturales) UNC, agronomía y biología UNLP.

(2) En el sentido heideggeriano.

(3) Distingue entre las consecuencias políticas de las verdades de la historia y de las ciencias exactas o de la filosofía, la primera es verdad factual y las segundas son verdades de razón.

(4) El está pensando específicamente en los estudiantes.

23 noviembre 2009 - Posted by | Documentos, Jornadas "Acción Política..."

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